Hay memorias de necia persistencia. Muchas de ellas pertenecen a momentos de la infancia o la adolescencia temprana. Las experiencias recientes no parecen contar con ese poder adhesivo. Recuerdo perfectamente los números de teléfono de mis amigos del colegio. No consigo retener en la memoria sino un par de teléfonos de mis cercanos actuales.
De cuando en vez y a merced de la hipocondría, realizo un examen para confirmar la solidez de estas memorias y descartar el Alzheimer prematuro. Y acudo al fútbol. Repaso si aún recuerdo marcadores y alineaciones de mis equipos favoritos en tiempos de niño. Repaso si recuerdo aún la experiencia de los partidos internacionales por televisión y los del Deportivo Cali en el estadio.
En 1978 la televisión a color comenzaba a ingresar a Colombia. En nuestra casa en Cali no contábamos con este aparato. Unos amigos de mis padres realizaron una gran comida en su casa para estrenar su televisor marca Sony. El evento a ver y de los pocos que transmitían a color: el partido Argentina contra Hungría en la primera ronda del mundial de fútbol. Las franjas azules de Argentina eran un milagro. Y Leopoldo Jacinto Luque hizo un gol a los quince minutos y tenía bigotes enormes de un color marrón oscuro. Y el estadio tenía un prado verde y todo el mundo lanzaba papelitos, millones y millones de papelitos.
El fútbol fue la avenida de la revelación de un salto tecnológico. Y desde ese entonces ha sido la avenida para todo tipo de sorpresas, lecciones y conmoción.
Por fortuna, en los repasos hipocondríacos de memoria aún recuerdo la alineación del Deportivo Cali de 1977, 1978, 1981 y después la de 1985 y 1986 cuando Carlos Valderrama y Bernardo Redin, dos veces a la semana, llenaban de ilusión alegre a una generación de jóvenes caleños que nunca habían visto a su equipo campeón. El narcotráfico derrotó a estos malabaristas. Los partidos decisivos de esos años se resolvieron con sobornos que se volvieron públicos años más tardes. El Cali no fue campeón. ¿Qué pasaba con la justicia?
En 1982, me gradué en la injusticia. En ese entonces algunos equipos jugaban con tres delanteros. Un puntero en cada costado y un centro delantero. Brasil era diferente. Su elemento era el medio campo. Toninho Cerezo, Sócrates, Zico, Junior y Falcao se ubicaban en un eterno diamante que iba cambiando de posición a medida que el equipo atacaba. Navegaban con la bola y sin ella. Tenían un par de buenos ojos en la nuca para ubicar a sus compañeros, marcadores de punta como Luizinho y Leandro que traicionaban sus labores de defensa casi siempre y atacaban con ráfagas sorpresivas. En las semifinales del mundial de España y a pesar de un arsenal de belleza y efectividad, este Brasil perdió el partido contra Italia. ¿Habrá tal cosa como justicia en la vida?
El fútbol nos marca y nos acompaña en diferentes formas según crecemos. Hoy no sigo con tanta avidez al Deportivo Cali ni tampoco tengo la capacidad de jugar todos los días como en la infancia. Algunos fines de semana corro con furia en una cancha en el norte de Bogotá y me lastimo mucho. Rodillas, espalda, costillas, todo un festival de presas desgastadas. En cuanto a equipos a seguir la oferta es tan grande que algo tan provincial como el ser hincha ha trascendido fronteras. Hay hinchas que tienen su equipo en cada liga, otros tienen un par y siguen solamente una liga. Me considero ya no un aficionado pasional sino un mendigo del buen fútbol; ojalá provenga de los propios.
Se acerca el mundial de Brasil y el fervor del niño en potrero detrás de una pelota se despierta de nuevo. Todos esperamos que Colombia mantenga el estilo de juego que ha presentado en los últimos partidos de la eliminatoria y que la ilusión culmine en la clasificación. Sin miedo al asombro esperaré las nuevas lecciones y agradeceré con humildad todo detalle de mística y belleza que nos deparen estos meses de guerras en pantalones cortos. Esta columna será la tribuna para compartir las reflexiones de este gran deporte, que nos enseña, nos transforma y nos conmueve.
La necia persistencia del fútbol
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